A veces pasamos gran parte de la vida aprendiendo cosas, sumando experiencias, resolviendo situaciones, ayudando a otros…
Y sin darnos cuenta, todo eso se va transformando en algo muy valioso: SABER.
Saber hacer. Saber mirar. Saber acompañar.
Este artículo es una invitación a reconocer ese saber que ya está en nosotros, y animarnos a compartirlo con otros. Porque cuando alguien se anima a transmitir lo que aprendió, no solo entrega algo: también se transforma.
No hace falta ser experto: lo vivido también enseña
Hay quienes piensan que compartir lo que uno sabe requiere un título, una carrera, una certificación. Pero a veces lo más potente no viene del manual, sino de la experiencia vivida.
Saber escuchar con paciencia. Saber cómo acompañar a alguien que está pasando por algo difícil. Saber resolver con creatividad las cosas de todos los días. Saber enseñar lo que a uno le apasiona, aunque sea en pequeño.
Todo eso también es saber. Y muchas veces, puede ser justo lo que otra persona necesita escuchar o aprender.
Lo que podés dar sin darte cuenta
No siempre somos conscientes del valor que tiene lo que ya aprendimos.
Pero si mirás con atención, quizás reconozcas estos saberes en vos:
– Lo que aprendiste de tus errores.
– Lo que te enseñaron tus padres, tus abuelos o tus hijos.
– Lo que la vida te obligó a resolver.
– Lo que fuiste descubriendo con el tiempo y el corazón abierto.
– Lo que sabés hacer con tus manos.
– Lo que sabés hacer con tu palabra.
Formas de compartir (sin micrófono ni escenario)
Compartir lo que uno sabe no siempre es pararse frente a un público.
A veces es algo cotidiano, íntimo, silencioso.
– Escuchar a alguien sin juzgar.
– Sugerir una idea que te funcionó.
– Enseñar una receta, una manualidad, una técnica, un truco.
– Ayudar a alguien a empezar algo que vos ya recorriste.
– Acompañar a alguien más joven a animarse a su propio camino.
No hay una única manera. Lo importante es darte cuenta de que tenés algo para dar.
Consejo práctico
Preguntate:
¿Qué me hubiera gustado que alguien me enseñe, acompañe o cuente… cuando estaba en tal momento?
Ahí suele estar tu mayor saber para compartir.
«
« Lo que aprendí, me costó. Lo que sé, me llevó tiempo.
Compartirlo no me quita: me multiplica. »
Esta frase nos recuerda que cuando damos lo que sabemos, no perdemos nada.
Al contrario: recuperamos una parte de nosotros que a veces dejamos en pausa.
Y reforzamos un sentido profundo: el de dejar huella.
El valor de lo compartido: vos también te transformás
Cuando compartís lo que sabés, algo en vos también se ordena, se acomoda. Le das un sentido nuevo a lo vivido.
Sentís que tu experiencia no fue solo personal, sino también útil para otros. Eso refuerza el autoestima, la vitalidad y la conexión.
Porque compartir es dar, pero también es dar lugar a una parte de vos que quizás estaba esperando ser reconocida.
Consejo práctico
Hacé una lista —mental o escrita— de cosas que sabés hacer o comprender bien.
Y elegí una para empezar a compartir esta semana, de manera simple. Puede ser con un familiar, un amigo, un grupo…
El lugar aparece cuando se activa la intención.
Conclusión
Después de los 50, muchas veces tenemos más para dar de lo que creemos.
Y aunque no todos se animan a enseñar “en grande”, todos podemos compartir en pequeño.No es soberbia: es generosidad.
No es enseñar desde arriba: es tender una mano desde la experiencia.
Porque siempre hay alguien un paso atrás que puede beneficiarse de lo que vos ya recorriste.Y cuando lo hacés, no solo ayudás al otro.
También te reencontrás con lo mejor de vos.
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